Mi vida transcurría tranquila y en armonía, con los problemas normales que nos aquejan a diario… mucho trabajo, estrés, la casa, los hijos… en fin… tenía una vida sin mayores sobresaltos… por qué no decirlo, ¡tenía todo para ser feliz! Un hogar (un hijo maravilloso), padres vivos, cinco hermanos adorables, salud, trabajo, estabilidad económica.
Corría un poco más de la mitad del mes de junio de 2009 y después de un fin de semana feliz (largo-de puente), de compartir en familia con mis padres, hermanos y sobrinos, volvimos cada uno a nuestra rutina diaria.
Ese fin de semana faltó mi hermano menor que por esa época vivía mitad del tiempo en Panamá y la otra mitad en Colombia con mis padres; hablamos con él por teléfono el martes después del puente, sobre las compras que nos estaba haciendo a cada uno (los encargos), ya que estaría de vuelta a los dos días, es decir, el siguiente jueves.
Inmersa en el trabajo y por el agite diario, olvidé llamar el viernes para saber cómo había llegado mi hermano “Caliche” como cariñosamente le llamábamos a Carlos Enrique… El sábado en la mañana llegó a mi casa uno de mis hermanos para contarme que encontraron la camioneta de Caliche abandonada cerca del muelle de veleros en Panamá, Caliche y un amigo con quien había viajado no aparecían y nadie sabía de ellos.
En ese momento quedé aturdida, muda, no lloraba, no sabía qué decir, no sabía qué hacer. Sólo pensaba en mis padres cómo darles la notica a ellos, cómo no generarles dolor, cómo decirles que su hijo menor, el más querido, el más amoroso, el amigo inseparable de mi Papá, el consentido de mi Mamá, el hermano incondicional… no sabíamos dónde estaba, ¿qué le había pasado? y ¿en qué condiciones estaría?. Pensaba que mis padres no lo soportarían, especialmente mi Mamá que no gozaba de una buena salud en general.
Mis hermanos, ya habían comenzado la búsqueda, se pusieron en contacto con la Cancillería, mi hermano mayor viajó el fin de semana para hablar con las autoridades de ese país, hacer las denuncias respectivas y comenzar todos los trámites legales.
Mientras tanto mis dos hermanas y yo rodeando a nuestros padres, acompañándolos. Un mar de preguntas avasallándonos…. ¿Qué paso?, ¿qué le han hecho?, ¿por qué?, ¿quién?, ¿cómo estará?, ¿lo habrán maltratado?, ¿estará sufriendo?... si está vivo, con seguridad aparte del sufrimiento físico, el sufrimiento de saber el dolor por el que estarían pasando Papá y Mamá, sería devastador… ¿estará vivo? o ¿quizás muerto?, ¿dónde lo tienen?... todo tan difícil, en otro país.
Y así pasan los días y los meses… las autoridades en Panamá dijeron no tener ningún reporte de emigración que indicara que Caliche había salido del país; mi hermano mayor buscó en los hospitales, estaciones de policía, cárceles, habló en la radio, puso avisos en la prensa, pegó carteles, lo buscó en las calles y no lo encontró… después de dos meses regresó al país con las manos vacías.
Y entre tanto los que estábamos aquí… Papás, hermanos, sobrinos; toda la familia destrozada, impotentes, como abandonados… Al final solo teníamos una salida, la búsqueda quedaba en manos de las autoridades de Panamá y Colombia…. Y por convicción, entregarnos y entregárselo a Dios, el único capaz de darnos la fuerza para sobrellevar ésta “tragedia”, es literal… la “pérdida” de un ser querido en su sentido real, en toda la dimensión de la palabra, es algo indescriptible, insuperable.
Durante los primeros meses y años, tuvimos toda clase de asistencia psicológica, yo personalmente asistí a muchas reuniones en País Libre, (Fundación que lucha por los secuestrados y desaparecidos forzosamente, en Colombia) con mujeres de toda condición social y especialmente del campo, que pasaban por la misma situación con sus esposos, padres, hijos o hermanos desaparecidos, casos verdaderamente conmovedores; con ellas compartí mi dolor y aprendí de su fortaleza y coraje para seguir luchando…. y viviendo, a pesar de todas las demás dificultades que sobrevinieran.
De pronto, te das cuenta que tu vida ya no es la misma, que nunca será igual, que te robaron un pedazo muy importante, que te desgarraron el alma. Puedo decir que sé lo que se siente y literalmente “arde el corazón”, ver a tus papás apagarse como una vela y ver que el tiempo pasa y como los niños en la ventana esperando que lleguen sus padres, ellos esperan un día encontrar a su hijo vivo o muerto; tenerlo y luego poderlo “despedir”. Por ley natural, sus días cada vez son menos, ya están entrando los dos en sus ochenta años… Y el día del encuentro es cada vez más improbable, por lo menos en este plano físico.
Hoy cuando han pasado más de cinco años, sin respuestas, sin saber dónde está, sin ninguna pregunta del primer día resuelta veo a toda una familia, pero especialmente a cuatro mujeres, mi Madre, mis dos hermanas y yo, fortalecidas, unidas…a pesar de todo, sonriendo, con ilusiones, con sueños, viviendo la vida de la mejor manera posible, aunque tengamos ese vacío en el alma.
De toda ésta triste experiencia puedo decir que aprendí muchas cosas como el valor de la familia, el significado real de un abrazo, el valor de los amigos incondicionales, los que siempre están y los que estando no te dicen nada… porque no hay nada que decir… solo estar allí… Sentí la fuerza que te da la oración, entendí que con el tiempo todo es más llevadero, pude saber de qué estamos hechas las mujeres, que la vida te puede cambiar en un segundo, para bien o para mal y que depende de tí, de tu fuerza interior superar las adversidades.
Sé de la paz que te da un corazón sin rencor.
También aprendí que aunque tu dolor sea muy grande, hay dolores mucho mayores que el tuyo y que no eres la única que sufre… Y eso te hace mucho más sensible y te da la posibilidad de entender, respetar, valorar y ayudar a los demás.
Nunca había escrito sobre este tema en particular y la verdad se siente alivio; espero sirva de bálsamo a muchas personas que pasan por la misma situación; en este país son muchas más de lo que uno cree.
Martha Galindo Zuluaga
Corría un poco más de la mitad del mes de junio de 2009 y después de un fin de semana feliz (largo-de puente), de compartir en familia con mis padres, hermanos y sobrinos, volvimos cada uno a nuestra rutina diaria.
Ese fin de semana faltó mi hermano menor que por esa época vivía mitad del tiempo en Panamá y la otra mitad en Colombia con mis padres; hablamos con él por teléfono el martes después del puente, sobre las compras que nos estaba haciendo a cada uno (los encargos), ya que estaría de vuelta a los dos días, es decir, el siguiente jueves.
Inmersa en el trabajo y por el agite diario, olvidé llamar el viernes para saber cómo había llegado mi hermano “Caliche” como cariñosamente le llamábamos a Carlos Enrique… El sábado en la mañana llegó a mi casa uno de mis hermanos para contarme que encontraron la camioneta de Caliche abandonada cerca del muelle de veleros en Panamá, Caliche y un amigo con quien había viajado no aparecían y nadie sabía de ellos.
En ese momento quedé aturdida, muda, no lloraba, no sabía qué decir, no sabía qué hacer. Sólo pensaba en mis padres cómo darles la notica a ellos, cómo no generarles dolor, cómo decirles que su hijo menor, el más querido, el más amoroso, el amigo inseparable de mi Papá, el consentido de mi Mamá, el hermano incondicional… no sabíamos dónde estaba, ¿qué le había pasado? y ¿en qué condiciones estaría?. Pensaba que mis padres no lo soportarían, especialmente mi Mamá que no gozaba de una buena salud en general.
Mis hermanos, ya habían comenzado la búsqueda, se pusieron en contacto con la Cancillería, mi hermano mayor viajó el fin de semana para hablar con las autoridades de ese país, hacer las denuncias respectivas y comenzar todos los trámites legales.
Mientras tanto mis dos hermanas y yo rodeando a nuestros padres, acompañándolos. Un mar de preguntas avasallándonos…. ¿Qué paso?, ¿qué le han hecho?, ¿por qué?, ¿quién?, ¿cómo estará?, ¿lo habrán maltratado?, ¿estará sufriendo?... si está vivo, con seguridad aparte del sufrimiento físico, el sufrimiento de saber el dolor por el que estarían pasando Papá y Mamá, sería devastador… ¿estará vivo? o ¿quizás muerto?, ¿dónde lo tienen?... todo tan difícil, en otro país.
Y así pasan los días y los meses… las autoridades en Panamá dijeron no tener ningún reporte de emigración que indicara que Caliche había salido del país; mi hermano mayor buscó en los hospitales, estaciones de policía, cárceles, habló en la radio, puso avisos en la prensa, pegó carteles, lo buscó en las calles y no lo encontró… después de dos meses regresó al país con las manos vacías.
Y entre tanto los que estábamos aquí… Papás, hermanos, sobrinos; toda la familia destrozada, impotentes, como abandonados… Al final solo teníamos una salida, la búsqueda quedaba en manos de las autoridades de Panamá y Colombia…. Y por convicción, entregarnos y entregárselo a Dios, el único capaz de darnos la fuerza para sobrellevar ésta “tragedia”, es literal… la “pérdida” de un ser querido en su sentido real, en toda la dimensión de la palabra, es algo indescriptible, insuperable.
Durante los primeros meses y años, tuvimos toda clase de asistencia psicológica, yo personalmente asistí a muchas reuniones en País Libre, (Fundación que lucha por los secuestrados y desaparecidos forzosamente, en Colombia) con mujeres de toda condición social y especialmente del campo, que pasaban por la misma situación con sus esposos, padres, hijos o hermanos desaparecidos, casos verdaderamente conmovedores; con ellas compartí mi dolor y aprendí de su fortaleza y coraje para seguir luchando…. y viviendo, a pesar de todas las demás dificultades que sobrevinieran.
De pronto, te das cuenta que tu vida ya no es la misma, que nunca será igual, que te robaron un pedazo muy importante, que te desgarraron el alma. Puedo decir que sé lo que se siente y literalmente “arde el corazón”, ver a tus papás apagarse como una vela y ver que el tiempo pasa y como los niños en la ventana esperando que lleguen sus padres, ellos esperan un día encontrar a su hijo vivo o muerto; tenerlo y luego poderlo “despedir”. Por ley natural, sus días cada vez son menos, ya están entrando los dos en sus ochenta años… Y el día del encuentro es cada vez más improbable, por lo menos en este plano físico.
Hoy cuando han pasado más de cinco años, sin respuestas, sin saber dónde está, sin ninguna pregunta del primer día resuelta veo a toda una familia, pero especialmente a cuatro mujeres, mi Madre, mis dos hermanas y yo, fortalecidas, unidas…a pesar de todo, sonriendo, con ilusiones, con sueños, viviendo la vida de la mejor manera posible, aunque tengamos ese vacío en el alma.
De toda ésta triste experiencia puedo decir que aprendí muchas cosas como el valor de la familia, el significado real de un abrazo, el valor de los amigos incondicionales, los que siempre están y los que estando no te dicen nada… porque no hay nada que decir… solo estar allí… Sentí la fuerza que te da la oración, entendí que con el tiempo todo es más llevadero, pude saber de qué estamos hechas las mujeres, que la vida te puede cambiar en un segundo, para bien o para mal y que depende de tí, de tu fuerza interior superar las adversidades.
Sé de la paz que te da un corazón sin rencor.
También aprendí que aunque tu dolor sea muy grande, hay dolores mucho mayores que el tuyo y que no eres la única que sufre… Y eso te hace mucho más sensible y te da la posibilidad de entender, respetar, valorar y ayudar a los demás.
Nunca había escrito sobre este tema en particular y la verdad se siente alivio; espero sirva de bálsamo a muchas personas que pasan por la misma situación; en este país son muchas más de lo que uno cree.
Martha Galindo Zuluaga
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