Todo comenzó el 17 de septiembre del año anterior, cuando comencé a sobreaguar en medio de la turbulencia más fuerte que he tenido en toda mi vida académica y profesional, y no para tener un título más, sino para salvaguardar mi honor y mi buen nombre.
Me gradué en una de las universidades más prestigiosas de este país, años después obtuve el título de magister en la primera universidad pública de Colombia, luego obtuve el diploma de estudios avanzados en una programa con mención de alta calidad en una universidad europea y a noviembre del 2013 estaba lista para escribir los últimos capítulos de la tesis que me permitiría obtener el título de PhD en el mismo país. Por primera vez en toda mi etapa de formación profesional, solicité apoyo a la universidad donde trabajaba desde hace más de 16 años, para finalizar la escritura y entregar el documento de tesis y siéndome otorgada, me dedique de lleno a ello durante marzo y octubre del año pasado. Escribí mi tesis doctoral como me comprometí y lo informe a la universidad.
No obstante tal cumplimiento, una semana antes de viajar a defender mi tesis doctoral, la licencia no remunerada que había solicitado me fue revocada de forma inesperada y fui citada a lo que llamaron, una sesión de descargos. A la semana de ello, la universidad a la que me había dedicado cerca de veinte años, me canceló el contrato de trabajo de forma unilateral acusándome de ser una persona no digna de confianza. Según los argumentos descritos en la carta de despido, yo había violado el acuerdo suscrito por contar con un contrato laboral con otra institución previo a la solicitud de la licencia y por haber terminado y entregado el documento de mi tesis antes del tiempo previsto inicialmente habiéndolo además informado. Tal contrato, cuyo objeto era distinto al que llevaba con la universidad fue efectivamente suscrito nueve meses antes a que solicitara mi licencia, época en la cual no tenía ningún compromiso de exclusividad, y que fue además, consultado e informado oportunamente y antes de aceptarlo, con quienes eran mis jefes del momento. Fue un contrato de tiempo limitado para la dirección de un proyecto específico con víctimas de conflicto armado que desarrollé abierta y públicamente.
Adicionalmente, sin previo aviso y de forma inmediata con la entrega de la carta de despido, fueron bloqueadas las claves de acceso a mi cuenta y perfil institucional, cuenta que tengo desde que era una estudiante de pregrado y a la que tengo derecho por el solo hecho de ser egresada de la universidad según lo señalan sus estatutos. Mis prestaciones sociales y la liquidación que me dieron fue de cero pesos, se me pasó una cuenta de cobro para pago inmediato que a la fecha sobrepasa los sesenta millones de pesos, una certificación laboral que explícita que mi despido se dio de forma unilateral por justa causa y se pignoraron mis cesantías.
Quedé como dicen, con una mano adelante y la otra atrás; y con esa referencia laboral, las posibilidades de vinculación con otra entidad eran claramente limitadas y desventajosas para mí.
La decisión además, fue divulgada de forma pública en una comunicación escrita enviada por la recién nombrada decana de facultad a la comunidad académica dentro y fuera de la universidad generando sorpresa entre ellos, pero especialmente indignación y temor ante tal forma de proceder. Yo era parte del pequeño grupo de investigadores senior del país en el área, había creado y liderado un grupo de investigación hasta llevarlo a la máxima categoría de evaluación y había ocupado diversos cargos directivos y de gestión académica en la universidad. Había sido siempre evaluada como excelente en mis funciones tanto por jefes, como por pares académicos y estudiantes. No era ésta una habitual ni proporcional manera de actuar de mi alma mater y chocaba con los principios que la universidad promulga y defiende. Esta universidad, regentada por una de las órdenes religiosas más vanguardistas y liberales de la historia, tiene como piedra angular de su formación y acción en todos los sectores, la labor educativa y misional y por ende, el respeto por la dignidad humana y la cura personalis como forma de pedagogía.
La noticia generó conmoción, especialmente por las consecuencias que tiene en la educación y el mantenimiento de mi hijo de 10 años. Soy, lo que en el lenguaje jurídico se denomina como madre cabeza de hogar.
El impacto y las consecuencias han sido inconmensurables. Inicialmente, enorme desconcierto, frustración, dolor y sobretodo, una profunda decepción. Habían coincidido asuntos serios en mi salud, laborales, de vivienda y la ruptura igualmente inesperada de la relación de pareja que mantenía. Era el cambio en todas las coordenadas que definían lo que yo era y a lo que me había dedicado. Digamos que había andado por el camino que creía más seguro para llegar al puerto que deseaba para mi vida y la de mi hijo, y de golpe me había encontrado con pared. Por ahí no era y debía replantearme todo.
Sin saber muy bien por dónde andar, sin encontrar nuevas motivaciones, dudando de todo, quería esperar a que las cosas volvieran a su cauce. No resulta fácil entender cuál es la forma en que puedes salir de la que ha sido tu vida así sin más.
Pero no ha sido mi carácter el de dejar que las cosas pasen y ya, así que reconociendo la importancia de tener un proyecto al cual apostarle que me permitiera desocupar la taza de decepción y resentimiento que podía llenarse y rebosarse fácilmente, seguí moviéndome día a día. Así que viaje, defendí mi tesis doctoral y obtuve la máxima calificación que una universidad en el mundo otorga a quien cursa el máximo título académico, Suma Cum Laude.
Segura de mi inocencia, anticipé mi regreso y al volver solicité ser oída por las instancias directivas de la universidad tal y como lo dispone el reglamento interno de trabajo y el de profesores, sin decir lo que establece la constitución sobre el derecho a la defensa y al trabajo. Sin ser oída y sin la posibilidad de vincularme laboralmente de forma inmediata con ninguna otra entidad, hice entrega de las constancias de cumplimiento de mis acuerdos y decidí presentar una acción tutelar que fue admitida por la Corte Constitucional solicitando me fueran restablecidos mis derechos fundamentales y se me devolviera al menos, la liquidación de 15 años de trabajo. El magistrado a cargo decidió a último minuto remitirla a juzgados municipales y allí los jueces acaban de indicar que debo seguir el proceso por la vía ordinaria. Es decir, llevar las pruebas de mi cumplimiento a los acuerdos hechos con la universidad y las constancias de las faltas al debido proceso por ellos adelantado, ante un juez laboral propiamente dicho.
A pesar de la lentitud del sistema judicial y la negativa de las directivas de la universidad a reunirse conmigo, voy retomando las actividades laborales que me son posibles y he comenzado procesos judiciales además por violación de la ley de habeas data pues la universidad hizo uso de mi información personal, mis claves y mis cuentas personales para alterar y modificar información pública ante Colciencias para su beneficio.
Ante la imposibilidad de conciliar, ahora serán los jueces quienes decidan si la universidad debe o no responder por lo ocurrido y si las personas que tomaron las decisiones, deben reconocer su error y por las mismas vías por las que hicieron público mi despido, hacer enmienda del daño que le han hecho a mi honra y buen nombre, mi patrimonio y mi carrera profesional.
En el proceso han ido contactándome amigos, colegas, académicos y profesores, comentando cómo mi caso es vinculante con sus propias situaciones y las de gente conocida. Esta forma de acción de las instituciones universitarias siembra dudas sobre los modos como están ejerciendo su labor como entidades educativas sin ánimo de lucro, al otorgar créditos condonables cuyas condiciones ponen en situación de riesgo financiero a quienes entran en los programas de formación docente. En este asunto de los créditos no parecieran estar vigilados por las entidades adecuadas y actúan vulnerando a quienes pasamos a ser deudores de un perverso sistema de financiación educativa.
Me quedé algunas semanas en la casuística, en el detalle de lo sucedido, dándole vueltas y vueltas al tema y como es lógico, se potenciaron los sentimientos de minusvalía y rabia, y la percepción de maltrato e injusticia. No había explicación para acciones tan súbitas ni tampoco una forma de minimizar las consecuencias adversas que esto parecía traer a mi vida. Una persona un día me dijo un poco en broma, que mi situación le recordaba a Lola calamidades, una telenovela colombiana que transmitieron en los 80 y trataba sobre la mala suerte y las desgracias que tenía enfrentar Lola día a día, hasta el punto que había decidido aislarse a la vida en un cementerio. Esa historia, como todas las de novela tenía un final de redención para ella, con el amor del hombre más guapo del pueblo, que por supuesto era millonario, valiente y sensato. Cuando él hizo esa comparación, sobrevivieron para mí un par de conclusiones:
Una, no era desde el lugar de la víctima de nada desde el cual yo había actuado en mi vida y no quería estar ahí ni sentirme como tal, y dos, que lo importante era lo que surgía tras esta crisis con mi propia acción y no lo que vendría por esperar un salvador.
Dos, la vida o se detiene y yo quería moverme, así que seguí, haciendo lo que tenía que. A enfocarme en cómo obtener el dinero de los gastos de la vida diaria, de la pensión del colegio, a buscar nueva casa para moverme, en fin, a seguir con la vida porque ésa no se detiene.
Han pasado más de seis meses y en este tiempo me he dedicado de forma brutalmente consciente, a estar en el día. No mañana, no ayer. Hoy. Qué hay que hacer hoy, qué quiero hacer hoy, dónde quiero estar hoy, con quién quiero estar hoy. He fortalecido y regularizado la práctica diaria de la meditación y en general, de lo que llamaré espiritualidad, y eso me ayuda mucho a desarrollar una habilidad contemplativa del presente, más que evaluativa, que había sido mi costumbre. Y por ahí de paso han ido apareciendo ocasiones, personas, lugares y actividades increíblemente nutritivas.
Mi preocupación por el dinero y el cumplimiento de mis responsabilidades económicas ha disminuido, básicamente porque cada día hay suficiente para cubrir los gastos y cumplir con las obligaciones sin detrimento de la calidad de vida.
Entendí que uno es lo que va más allá de lo que uno mismo fue, es lo que emerge cuando lo demás parece hundirse. He entendido que los títulos académicos y el dinero acumulado no son fundamentales, que sí lo es el tiempo que invierto en las actividades que me importan, el que paso con personas genuinas, valientes y vitales. Comprendo que el tiempo es un recurso valioso para mí y para quienes me aman y no quiero volver a volcar mis días en trabajar 16 horas o más para el beneficio de terceros, en detrimento del que le dedico a lo que es realmente importante. He aprendido a decir que no sin sentir temor o por evitar un culposo sentimiento de compromiso. Soy sin duda, mucho más reflexiva sobre las personas, la forma y las cosas a las que destino mis días y entiendo que la armonía con eso de ganarse la vida deviene de forma tranquila haciendo lo que me gusta sin la esclavitud de trabajar en exceso.
Reconozco que necesito movimiento, viajar, ir a lugares nuevos, oír a gente distinta y sobretodo, estar en contacto con la naturaleza, con los animales que me equilibran y me renuevan. Digamos que es cuestión de centrarme y expandirme de forma alternada. He ido entonces invirtiendo en experiencias de este tipo. Caminar, nadar, meditar, ver amanecer a cielo abierto, leer, viajar. Lo hago cada vez que tengo la oportunidad, un tiempo cada día en algo que me recarga, no importa si sola o en compañía. Escuchar, estar presente, valorar el silencio y saber que amor y paz van de la mano.
La paz que va volviendo a mis días, es el resultado de una disposición sobre todo, a soltar y dejar ir. Voy entendiendo eso de soltar y saltar. Si no se fluye, no se logra avanzar y no aparecen lugares, intereses, cosas ni gente nueva y maravillosa. Apostarle una y otra vez a la vida, que es indescifrable y mágica.
Acepto lo bueno,
Mónica Novoa
Psicóloga (PhD)
Twitter: @mmnovoa
Me gradué en una de las universidades más prestigiosas de este país, años después obtuve el título de magister en la primera universidad pública de Colombia, luego obtuve el diploma de estudios avanzados en una programa con mención de alta calidad en una universidad europea y a noviembre del 2013 estaba lista para escribir los últimos capítulos de la tesis que me permitiría obtener el título de PhD en el mismo país. Por primera vez en toda mi etapa de formación profesional, solicité apoyo a la universidad donde trabajaba desde hace más de 16 años, para finalizar la escritura y entregar el documento de tesis y siéndome otorgada, me dedique de lleno a ello durante marzo y octubre del año pasado. Escribí mi tesis doctoral como me comprometí y lo informe a la universidad.
No obstante tal cumplimiento, una semana antes de viajar a defender mi tesis doctoral, la licencia no remunerada que había solicitado me fue revocada de forma inesperada y fui citada a lo que llamaron, una sesión de descargos. A la semana de ello, la universidad a la que me había dedicado cerca de veinte años, me canceló el contrato de trabajo de forma unilateral acusándome de ser una persona no digna de confianza. Según los argumentos descritos en la carta de despido, yo había violado el acuerdo suscrito por contar con un contrato laboral con otra institución previo a la solicitud de la licencia y por haber terminado y entregado el documento de mi tesis antes del tiempo previsto inicialmente habiéndolo además informado. Tal contrato, cuyo objeto era distinto al que llevaba con la universidad fue efectivamente suscrito nueve meses antes a que solicitara mi licencia, época en la cual no tenía ningún compromiso de exclusividad, y que fue además, consultado e informado oportunamente y antes de aceptarlo, con quienes eran mis jefes del momento. Fue un contrato de tiempo limitado para la dirección de un proyecto específico con víctimas de conflicto armado que desarrollé abierta y públicamente.
Adicionalmente, sin previo aviso y de forma inmediata con la entrega de la carta de despido, fueron bloqueadas las claves de acceso a mi cuenta y perfil institucional, cuenta que tengo desde que era una estudiante de pregrado y a la que tengo derecho por el solo hecho de ser egresada de la universidad según lo señalan sus estatutos. Mis prestaciones sociales y la liquidación que me dieron fue de cero pesos, se me pasó una cuenta de cobro para pago inmediato que a la fecha sobrepasa los sesenta millones de pesos, una certificación laboral que explícita que mi despido se dio de forma unilateral por justa causa y se pignoraron mis cesantías.
Quedé como dicen, con una mano adelante y la otra atrás; y con esa referencia laboral, las posibilidades de vinculación con otra entidad eran claramente limitadas y desventajosas para mí.
La decisión además, fue divulgada de forma pública en una comunicación escrita enviada por la recién nombrada decana de facultad a la comunidad académica dentro y fuera de la universidad generando sorpresa entre ellos, pero especialmente indignación y temor ante tal forma de proceder. Yo era parte del pequeño grupo de investigadores senior del país en el área, había creado y liderado un grupo de investigación hasta llevarlo a la máxima categoría de evaluación y había ocupado diversos cargos directivos y de gestión académica en la universidad. Había sido siempre evaluada como excelente en mis funciones tanto por jefes, como por pares académicos y estudiantes. No era ésta una habitual ni proporcional manera de actuar de mi alma mater y chocaba con los principios que la universidad promulga y defiende. Esta universidad, regentada por una de las órdenes religiosas más vanguardistas y liberales de la historia, tiene como piedra angular de su formación y acción en todos los sectores, la labor educativa y misional y por ende, el respeto por la dignidad humana y la cura personalis como forma de pedagogía.
La noticia generó conmoción, especialmente por las consecuencias que tiene en la educación y el mantenimiento de mi hijo de 10 años. Soy, lo que en el lenguaje jurídico se denomina como madre cabeza de hogar.
El impacto y las consecuencias han sido inconmensurables. Inicialmente, enorme desconcierto, frustración, dolor y sobretodo, una profunda decepción. Habían coincidido asuntos serios en mi salud, laborales, de vivienda y la ruptura igualmente inesperada de la relación de pareja que mantenía. Era el cambio en todas las coordenadas que definían lo que yo era y a lo que me había dedicado. Digamos que había andado por el camino que creía más seguro para llegar al puerto que deseaba para mi vida y la de mi hijo, y de golpe me había encontrado con pared. Por ahí no era y debía replantearme todo.
Sin saber muy bien por dónde andar, sin encontrar nuevas motivaciones, dudando de todo, quería esperar a que las cosas volvieran a su cauce. No resulta fácil entender cuál es la forma en que puedes salir de la que ha sido tu vida así sin más.
Pero no ha sido mi carácter el de dejar que las cosas pasen y ya, así que reconociendo la importancia de tener un proyecto al cual apostarle que me permitiera desocupar la taza de decepción y resentimiento que podía llenarse y rebosarse fácilmente, seguí moviéndome día a día. Así que viaje, defendí mi tesis doctoral y obtuve la máxima calificación que una universidad en el mundo otorga a quien cursa el máximo título académico, Suma Cum Laude.
Segura de mi inocencia, anticipé mi regreso y al volver solicité ser oída por las instancias directivas de la universidad tal y como lo dispone el reglamento interno de trabajo y el de profesores, sin decir lo que establece la constitución sobre el derecho a la defensa y al trabajo. Sin ser oída y sin la posibilidad de vincularme laboralmente de forma inmediata con ninguna otra entidad, hice entrega de las constancias de cumplimiento de mis acuerdos y decidí presentar una acción tutelar que fue admitida por la Corte Constitucional solicitando me fueran restablecidos mis derechos fundamentales y se me devolviera al menos, la liquidación de 15 años de trabajo. El magistrado a cargo decidió a último minuto remitirla a juzgados municipales y allí los jueces acaban de indicar que debo seguir el proceso por la vía ordinaria. Es decir, llevar las pruebas de mi cumplimiento a los acuerdos hechos con la universidad y las constancias de las faltas al debido proceso por ellos adelantado, ante un juez laboral propiamente dicho.
A pesar de la lentitud del sistema judicial y la negativa de las directivas de la universidad a reunirse conmigo, voy retomando las actividades laborales que me son posibles y he comenzado procesos judiciales además por violación de la ley de habeas data pues la universidad hizo uso de mi información personal, mis claves y mis cuentas personales para alterar y modificar información pública ante Colciencias para su beneficio.
Ante la imposibilidad de conciliar, ahora serán los jueces quienes decidan si la universidad debe o no responder por lo ocurrido y si las personas que tomaron las decisiones, deben reconocer su error y por las mismas vías por las que hicieron público mi despido, hacer enmienda del daño que le han hecho a mi honra y buen nombre, mi patrimonio y mi carrera profesional.
En el proceso han ido contactándome amigos, colegas, académicos y profesores, comentando cómo mi caso es vinculante con sus propias situaciones y las de gente conocida. Esta forma de acción de las instituciones universitarias siembra dudas sobre los modos como están ejerciendo su labor como entidades educativas sin ánimo de lucro, al otorgar créditos condonables cuyas condiciones ponen en situación de riesgo financiero a quienes entran en los programas de formación docente. En este asunto de los créditos no parecieran estar vigilados por las entidades adecuadas y actúan vulnerando a quienes pasamos a ser deudores de un perverso sistema de financiación educativa.
Me quedé algunas semanas en la casuística, en el detalle de lo sucedido, dándole vueltas y vueltas al tema y como es lógico, se potenciaron los sentimientos de minusvalía y rabia, y la percepción de maltrato e injusticia. No había explicación para acciones tan súbitas ni tampoco una forma de minimizar las consecuencias adversas que esto parecía traer a mi vida. Una persona un día me dijo un poco en broma, que mi situación le recordaba a Lola calamidades, una telenovela colombiana que transmitieron en los 80 y trataba sobre la mala suerte y las desgracias que tenía enfrentar Lola día a día, hasta el punto que había decidido aislarse a la vida en un cementerio. Esa historia, como todas las de novela tenía un final de redención para ella, con el amor del hombre más guapo del pueblo, que por supuesto era millonario, valiente y sensato. Cuando él hizo esa comparación, sobrevivieron para mí un par de conclusiones:
Una, no era desde el lugar de la víctima de nada desde el cual yo había actuado en mi vida y no quería estar ahí ni sentirme como tal, y dos, que lo importante era lo que surgía tras esta crisis con mi propia acción y no lo que vendría por esperar un salvador.
Dos, la vida o se detiene y yo quería moverme, así que seguí, haciendo lo que tenía que. A enfocarme en cómo obtener el dinero de los gastos de la vida diaria, de la pensión del colegio, a buscar nueva casa para moverme, en fin, a seguir con la vida porque ésa no se detiene.
Han pasado más de seis meses y en este tiempo me he dedicado de forma brutalmente consciente, a estar en el día. No mañana, no ayer. Hoy. Qué hay que hacer hoy, qué quiero hacer hoy, dónde quiero estar hoy, con quién quiero estar hoy. He fortalecido y regularizado la práctica diaria de la meditación y en general, de lo que llamaré espiritualidad, y eso me ayuda mucho a desarrollar una habilidad contemplativa del presente, más que evaluativa, que había sido mi costumbre. Y por ahí de paso han ido apareciendo ocasiones, personas, lugares y actividades increíblemente nutritivas.
Mi preocupación por el dinero y el cumplimiento de mis responsabilidades económicas ha disminuido, básicamente porque cada día hay suficiente para cubrir los gastos y cumplir con las obligaciones sin detrimento de la calidad de vida.
Entendí que uno es lo que va más allá de lo que uno mismo fue, es lo que emerge cuando lo demás parece hundirse. He entendido que los títulos académicos y el dinero acumulado no son fundamentales, que sí lo es el tiempo que invierto en las actividades que me importan, el que paso con personas genuinas, valientes y vitales. Comprendo que el tiempo es un recurso valioso para mí y para quienes me aman y no quiero volver a volcar mis días en trabajar 16 horas o más para el beneficio de terceros, en detrimento del que le dedico a lo que es realmente importante. He aprendido a decir que no sin sentir temor o por evitar un culposo sentimiento de compromiso. Soy sin duda, mucho más reflexiva sobre las personas, la forma y las cosas a las que destino mis días y entiendo que la armonía con eso de ganarse la vida deviene de forma tranquila haciendo lo que me gusta sin la esclavitud de trabajar en exceso.
Reconozco que necesito movimiento, viajar, ir a lugares nuevos, oír a gente distinta y sobretodo, estar en contacto con la naturaleza, con los animales que me equilibran y me renuevan. Digamos que es cuestión de centrarme y expandirme de forma alternada. He ido entonces invirtiendo en experiencias de este tipo. Caminar, nadar, meditar, ver amanecer a cielo abierto, leer, viajar. Lo hago cada vez que tengo la oportunidad, un tiempo cada día en algo que me recarga, no importa si sola o en compañía. Escuchar, estar presente, valorar el silencio y saber que amor y paz van de la mano.
La paz que va volviendo a mis días, es el resultado de una disposición sobre todo, a soltar y dejar ir. Voy entendiendo eso de soltar y saltar. Si no se fluye, no se logra avanzar y no aparecen lugares, intereses, cosas ni gente nueva y maravillosa. Apostarle una y otra vez a la vida, que es indescifrable y mágica.
Acepto lo bueno,
Mónica Novoa
Psicóloga (PhD)
Twitter: @mmnovoa