Vivir en el exterior
Primera parte: La preparación
Si quieres vivir fuera de tu país, antes que nada quisiera decirte que lo vas a poder hacer. No importa quién seas, dónde estés o con qué cuentes, los caminos son largos y difíciles pero tu voluntad te hará atravesarlos. Ya sea un tiempo largo o corto, si es un deseo que aguardas en tu corazón, es una experiencia que es posible y vale la pena vivirla. No será una experiencia ligera y sencilla, pero por ello mismo será muy enriquecedora.
Mi plan de vivir en Alemania duró algo más de siete años en concretarse. La primera barrera a superar, y tal vez la más importante, es aprender un idioma extranjero. Si vas a un país hispanohablante, aprende inglés, y si no, también. En el primer caso será un valor agregado, en el segundo será lo que te garantizará el sobrevivir. Si la institución en la que estudias ofrece cursos de inglés (y sé que los ofrece) aprovéchalos, no tienen costo adicional. Ponles mucho empeño, que estudiar gramática y vocabulario es importante y necesita esfuerzo, y si bien no terminarás hablando con mucha fluidez, de eso se encargará la necesidad cuando te veas obligado a comunicarte y te encuentres solo. Aprende inglés, que incluso si el desempleo te golpea, las traducciones y los textos siempre mantendrán tu despensa llena.
En Alemania la gente habla en inglés y puedes vivir perfectamente sin mucho conocimiento de alemán, pero si quieres ganarte un lugar en un país de habla no inglesa, debes también dominar el idioma nativo. Como dije antes, mi plan comenzó tomando cursos de lengua extranjera en mi universidad, tanto obligatorios como voluntarios. Siempre que podía estudiaba inglés y alemán. Empecé sin un peso en el bolsillo y sin saber ni una palabra de alemán tomando cursos de asistente en mi universidad, la Nacional. Cuando la posibilidad de tomarlos se terminó, comencé a pagar cursos con mi sueldo. Tenía que ahorrar bastante y “apretarme el cinturón”, pero eso mismo hacía que los aprovechara al máximo. Eso también hacía que permaneciera conectada con mi sueño pese al pasar de los años, pues a veces la estabilidad de un trabajo, la inmediatez de otros planes alternativos, entre mil otras excusas, hacen que el sueño se pierda entre planes que nunca se realizaron.
Y efectivamente, los años pasaron pero la ilusión seguía siendo la misma. La pregunta a hacerse a medida que uno quiere concretar los pasos es, ¿qué voy a hacer si quiero vivir afuera? Después de todo, de esa pregunta depende el presupuesto, el horizonte de tiempo, y el cumplimiento de los requisitos. Existen estadías para aprender el idioma, estadías para realizar programas de posgrado, prácticas profesionales, entre otros. Dependiendo de lo que escojas existen unas posibilidades de financiación y unos requisitos a cumplir. Y para ello se necesita tiempo, presupuesto paciencia e información. Los requisitos se van cumpliendo poco a poco: exámenes, cartas de motivación, procedimientos burocráticos e incluso entrevistas por Internet. Puede ser que al primer intento las cosas no resulten, pero eventualmente resultarán si eres persistente. Puede ser que los intentos se devoren tu sueldo, pero nunca sentirás arrepentimiento aún si has fracasado. El día menos pensado, cuando mis esperanzas necesitaban un respiro de tanto haber intentado y nada haber conseguido, llegó un sobre gordo a mi casa que había estado dando vueltas por el correo durante meses. La felicidad que me trajo ese sobre cambió mi cansancio por júbilo y ansiedad: había sido admitida a una universidad para un programa de dos años.
Con la puerta abierta al ¿qué vas a hacer? Viene el abrir la puerta al ¿cómo lo vas a hacer?, lo cual es un proceso tedioso, pero que a diferencia de todo lo anterior que has hecho, vas a tener que cumplir contrarreloj: financiación y visa. Existen becas, programas de crédito educativo y fundaciones; debes tener claras todas las alternativas, sus pro y sus contra, para optar por alguna cuando el momento llegue. No sé cuántas horas dormí los últimos meses antes del viaje entre cumplir requisitos y llenar solicitudes, y trabajar para pagar los requisitos y las solicitudes, pero cuando tienes la carta de aprobación, la visa y los pasajes sobre la mesa, lo único que queda es lo más difícil: las despedidas. No te preocupes, las personas que te quieren en sus vidas seguirán en contacto contigo como si nada hubiera pasado, y las demás pasarán de largo poco a poco.
Y así, después de muchos años, de muchos intentos y de muchas lágrimas, te encontrarás despegando en un avión gigante que te llevará en más de diez horas a tu destino: un aeropuerto conectado por trenes que parece más un parqueadero de aviones gigantes, el cual se encuentra en la otra mitad del mundo.
Segunda parte: La experiencia
En un principio todo será felicidad. Estarás conociendo lugares, reglas y culturas que jamás habías visto y que te abren la visión del mundo. Si no has encontrado vivienda tendrás varios obstáculos, pero la energía está intacta y podrás superarlos sin inconvenientes. Verás todo relativamente sencillo, ya sea porque en realidad lo es o porque no lo entiendes muy bien. Tratarás de esforzarte por adaptarte, por hacer amigos, por hacer una nueva vida de la misma manera que la hacías en tu país natal. Pero probablemente el tiempo pasará y verás que habrás cometido errores, que algunas cosas serán más complicadas de lo que crees, y que la gente no responde a tus intentos de socializar como querrías y hasta podrían terminar lastimándote. Después de un tiempo tu cuerpo comenzará a extrañar la familia, la comida y hasta la luz del sol. Y no importa cuán resistente sea tu mente, el sentimiento de soledad se apoderará de ti y comenzarás a preguntarte si te equivocaste, si de verdad la gente te quiere allí, si tú tendrás lo que se necesita para cumplir con las obligaciones, si todo el esfuerzo valió la pena. No te preocupes, todo hace parte de la adaptación: comienza con un periodo de choque cultural, en el que nada tiene sentido para ti y te sentirás que nadie te entiende, pero en medio de la tristeza tu cerebro aún está haciendo un esfuerzo para reprogramarse a las nuevas amistades, a la nueva comida y a las nuevas costumbres. La tristeza se convertirá en serenidad y la serenidad se convertirá en adaptación.
Mi periodo de adaptación se llevó a la par con el de otros estudiantes extranjeros, quienes desde sus respectivas culturas trataban de asimilar el choque cultural y la descompensación académica como pudieran. En un principio no nos agradábamos mucho, pues aún nos juzgábamos desde nuestros propios lentes, pero la convivencia nos llevó a entendernos e incluso a desarrollar empatía con las culturas de cada uno, lo cual al final nos convirtió en grandes amigos. Hablo con ellos diariamente, incluso más que con los amigos que tengo en mi país, y varios han venido a él a visitarme. Quieren ver aquel país en donde hace calor todo el año y los árboles son siempre verdes, en donde hay frutas de toda clase y a toda hora y en donde la gente ríe sin importar la adversidad. Porque no importa qué tanto quieras o no quieras a tu país mientras vivas en él, cuando te vayas, lo extrañarás, y sabrás que para bien o para mal es parte de lo que eres y que aún si no piensas regresar, no podrás quitarlo de tu mente y de tu corazón. Y por ello te aconsejo: sé buen embajador de tu país, de palabra y de acción, pues la gente que conozcas te preguntará al saludarte sobre Shakira y Pablo Escobar e incluso en desafortunadas ocasiones te pedirá droga o sexo, pero la impresión que tengas al despedirte dependerá de qué hables y cómo te comportes.
Mi “colombianidad” fue algo que descubrí estando lejos. Antes de viajar era de aquellos que vociferan desde un pedestal moral qué es lo que está mal en el país, resaltando su atraso y sus problemas. Era apática al baile, a la cocina y a la música colombiana, pensando que eventualmente tendría la facilidad de pertenecer a otra cultura. Sin embargo estando lejos, todo de ti te recuerda que eres colombiano a cada instante: tu acento, tus hábitos e incluso tu lenguaje corporal. El contraste de lo que eres y lo que son los demás te causará mucha nostalgia, pero en algún punto te cansarás y aprenderás maneras de lidiar con ella. Un día me dio un resfriado fatal en el que sólo quería una sopa de verduras. Salí a la nieve, traté de encontrar los ingredientes que estuvieran disponibles, llamé a mi mamá y le pedí que por favor me dijera cómo hacerla. Resolví después usar el mismo método para aprender a hacer fríjoles, empanadas, arepas, e incluso junto a otros compatriotas ajiaco y sancocho. Al final de mi estadía no sólo pude hacer un banquete de bandeja paisa y patacones para compartir con mis amigos de cumpleaños, sino que me ofrecí de voluntaria en un evento cultural para bailar “la pollera colorá”. Los amigos que me vieron años atrás de camiseta negra sacudiendo la cabeza en conciertos de rock no pudieron creerlo hasta que vieron las fotos. Hoy en día puedo decir que quiero más a mi país, no por la comida, ni por el clima, ni por la gente, aunque todo eso ayuda. Quiero a mi país porque es parte de lo que soy, y pese a todos sus problemas, lo querré estando cerca o lejos de él.
Pero es cierto que el país tiene problemas, y uno los ve más claramente cuando se encuentra en otro lugar en el que vivir bien y tranquilo sí es posible: existen fallas abismales en infraestructura, oportunidades y calidad de vida: la corrupción y la pobreza, la falta de legalidad de las instituciones y la cruda violencia que se ve en las zonas rurales y urbanas, por mencionar los generales. Y la posibilidad de comparar no sólo con el país en el que vives sino con los países que conoces a través de los relatos de tus amigos te va a permitir conocer mejor la realidad de tus orígenes y finalmente ponderarlo en tu decisión de regresar o quedarte en el extranjero.
Sin embargo, lo más difícil de la experiencia es la nostalgia de estar con tu familia. A diferencia de los latinoamericanos, muchas culturas no tienen vidas familiares muy activas. Todos te preguntan por qué llamas a tu mamá tan seguido o que si tienes algún problema, y te dirán que ellos en realidad se sentirían ofuscados de tener que lidiar con su familia de esa manera. Pero poco a poco lo entenderán e incluso conocerán a tu familia en el día a día. Sin embargo, así como tu familia debe entender que tú estás llevando una vida muy diferente en otro lugar, también tú te darás cuenta que el tiempo pasa para ellos. Derramé las lágrimas más amargas cuando perdí a mis abuelos estando lejos. También sufrí cuando perdí uno de mis dos perros. Mis padres pasaron por enfermedades, mis hermanos por problemas severos, y también hubo momentos familiares hermosos que me perdí en la distancia. Pero eso hace parte de la experiencia, e incluso a través de ti puede que tu familia también tenga una oportunidad de conocer el mundo. Siempre que podía viajar procuraba comprar recuerdos, tomar muchas fotos y tratar de recordar todo con lujo de detalles para compartir con mi familia todo lo aprendido. Ellos atesoraron todo muy bien y creo que mejor que yo, de hecho hoy aún recuerdan hechos que yo ya he olvidado.
En cuanto a lo profesional, vas a tener periodos en los que la gente te hará creer que no eres capaz, en los que te sentirás confundido y en los que crees que por pocos méritos estás a puertas de que te echen a patadas. Pero el juicio y la perseverancia todo lo logra, y tras terminar la experiencia te darás cuenta de lo mucho que has aprendido y de lo relativamente bien que te fue, incluso en comparación a quienes decían que no podías hacerlo. Debido a mi falta de conocimiento del sistema de calificaciones y mi típico despiste, mis primeros exámenes fueron un desastre colosal. Oía a grupos de alemanes presumir de su alto rendimiento en las reuniones y pensé que estaba en el lugar equivocado. Dos años me tomó no sólo saber que los alemanes presumen así les vaya bien o les vaya mal, sino adaptarme a un sistema de aprendizaje totalmente distinto, volverme autónoma, tomar decisiones sensatas respecto a hasta dónde podía llegar, mejorar mi disciplina y mi calidad en el trabajo. Lloré bastante, pero lloré en silencio, porque nadie se aguanta las lágrimas de una latina sensible todo el tiempo, y porque sabía que las lágrimas en todo caso me conducirían a calmarme y seguir intentando. Y me di cuenta mucho después de regresar a casa que de hecho fui una de las pocas estudiantes que terminó el programa a tiempo con una de las mejores tesis de grado, la cual aunque me tuvo al borde del colapso nervioso (literalmente) por unos cuantos meses, me dejó con grandes aprendizajes y abrió muchas e interesantes puertas.
Y sin embargo, pese a tus sacrificios y fortalezas te nutrirás de personas más fuertes y con más retos que tú, y aprenderás que tus decisiones y las de los demás son un resultado de experiencias y perspectivas distintas. En algún momento tendrás que tomar la decisión de regresar o quedarte: no importa lo que decidas mientras tu corazón esté contento. Préstale atención al consejo ajeno aunque no lo vuelvas determinante de tu decisión. Aquí o allá, todo valdrá la pena si te sientes feliz. Yo tomé la decisión de regresar y gracias a lo bueno y pese a lo malo, mi corazón está contento. Otros amigos decidieron quedarse allí y también están felices. Y otros amigos decidieron ya sea regresar o quedarse y sienten angustia y arrepentimiento: eso es lo único que debes evitar. Lo demás ya depende de que pongas en la balanza todas las variables que te parezcan importantes y que te guíen. Lo que viene después es son planes, más luchas, más vivir.
Independientemente de lo que decidas, tampoco después será fácil. En el caso de quedarse es conseguir un empleo y trámites burocráticos. En el caso de regresar también es conseguir un empleo y trámites burocráticos. En el extranjero seguirás siendo un extranjero, y en tu país también te sentirás un extranjero, porque al llegar sentirás que has invertido tanto tiempo y tanta energía en adaptarte a otro país, que en realidad tuviste que cambiar tu forma de ser para lograrlo. Cuestionarás todo, serás extraño para los ojos de los demás, no soportarás algunas cosas que antes te parecían normales y pasarás por una fase de “choque cultural reverso”, y no importa que al final vuelvas a la normalidad de tu ser folclórico y hogareño, en el fondo jamás volverás a ser el mismo.
Pero precisamente ese ha sido el objetivo de tu sueño, por el que tanto has planeado, trabajado e invertido. Muchas veces en el momento pensarás que probablemente estás gastando el valioso tiempo de tu vida en ello, pero al tener mejor perspectiva verás que ha valido la pena, que ves el mundo distinto, que sientes en tus manos la fortaleza de enfrentarte a retos más grandes y que has adquirido habilidades que nunca hubieras pensado. También tu visión se ampliará tras el contacto con otras culturas, juzgarás menos y lo más importante: te conocerás mejor y te reconciliarás con los aspectos de tu vida que no te han gustado, ya sea porque los has cambiado o porque adquiriste otra opinión sobre ello. Tal vez descubras una nueva vocación, otras prioridades en la vida, tomarás otros rumbos que antes ni habías contemplado. Tal vez para ti lo que antes era importante lo dejará de ser, e igualmente, comenzarán a ser importantes para ti cosas que antes considerabas pequeñeces. Y no importa cuántas veces lloraste, te quejaste o sentiste una profunda tristeza: cuando todo haya pasado recordarás esta experiencia como una de las mejores de tu vida, que te dejó tal vez pocos pero siempre muy buenos amigos, y que te mostró nuevos caminos más acordes a lo que eres y lo que te hace feliz.
¡Buena suerte!
Diana Carrero
Economista
Si quieres vivir fuera de tu país, antes que nada quisiera decirte que lo vas a poder hacer. No importa quién seas, dónde estés o con qué cuentes, los caminos son largos y difíciles pero tu voluntad te hará atravesarlos. Ya sea un tiempo largo o corto, si es un deseo que aguardas en tu corazón, es una experiencia que es posible y vale la pena vivirla. No será una experiencia ligera y sencilla, pero por ello mismo será muy enriquecedora.
Mi plan de vivir en Alemania duró algo más de siete años en concretarse. La primera barrera a superar, y tal vez la más importante, es aprender un idioma extranjero. Si vas a un país hispanohablante, aprende inglés, y si no, también. En el primer caso será un valor agregado, en el segundo será lo que te garantizará el sobrevivir. Si la institución en la que estudias ofrece cursos de inglés (y sé que los ofrece) aprovéchalos, no tienen costo adicional. Ponles mucho empeño, que estudiar gramática y vocabulario es importante y necesita esfuerzo, y si bien no terminarás hablando con mucha fluidez, de eso se encargará la necesidad cuando te veas obligado a comunicarte y te encuentres solo. Aprende inglés, que incluso si el desempleo te golpea, las traducciones y los textos siempre mantendrán tu despensa llena.
En Alemania la gente habla en inglés y puedes vivir perfectamente sin mucho conocimiento de alemán, pero si quieres ganarte un lugar en un país de habla no inglesa, debes también dominar el idioma nativo. Como dije antes, mi plan comenzó tomando cursos de lengua extranjera en mi universidad, tanto obligatorios como voluntarios. Siempre que podía estudiaba inglés y alemán. Empecé sin un peso en el bolsillo y sin saber ni una palabra de alemán tomando cursos de asistente en mi universidad, la Nacional. Cuando la posibilidad de tomarlos se terminó, comencé a pagar cursos con mi sueldo. Tenía que ahorrar bastante y “apretarme el cinturón”, pero eso mismo hacía que los aprovechara al máximo. Eso también hacía que permaneciera conectada con mi sueño pese al pasar de los años, pues a veces la estabilidad de un trabajo, la inmediatez de otros planes alternativos, entre mil otras excusas, hacen que el sueño se pierda entre planes que nunca se realizaron.
Y efectivamente, los años pasaron pero la ilusión seguía siendo la misma. La pregunta a hacerse a medida que uno quiere concretar los pasos es, ¿qué voy a hacer si quiero vivir afuera? Después de todo, de esa pregunta depende el presupuesto, el horizonte de tiempo, y el cumplimiento de los requisitos. Existen estadías para aprender el idioma, estadías para realizar programas de posgrado, prácticas profesionales, entre otros. Dependiendo de lo que escojas existen unas posibilidades de financiación y unos requisitos a cumplir. Y para ello se necesita tiempo, presupuesto paciencia e información. Los requisitos se van cumpliendo poco a poco: exámenes, cartas de motivación, procedimientos burocráticos e incluso entrevistas por Internet. Puede ser que al primer intento las cosas no resulten, pero eventualmente resultarán si eres persistente. Puede ser que los intentos se devoren tu sueldo, pero nunca sentirás arrepentimiento aún si has fracasado. El día menos pensado, cuando mis esperanzas necesitaban un respiro de tanto haber intentado y nada haber conseguido, llegó un sobre gordo a mi casa que había estado dando vueltas por el correo durante meses. La felicidad que me trajo ese sobre cambió mi cansancio por júbilo y ansiedad: había sido admitida a una universidad para un programa de dos años.
Con la puerta abierta al ¿qué vas a hacer? Viene el abrir la puerta al ¿cómo lo vas a hacer?, lo cual es un proceso tedioso, pero que a diferencia de todo lo anterior que has hecho, vas a tener que cumplir contrarreloj: financiación y visa. Existen becas, programas de crédito educativo y fundaciones; debes tener claras todas las alternativas, sus pro y sus contra, para optar por alguna cuando el momento llegue. No sé cuántas horas dormí los últimos meses antes del viaje entre cumplir requisitos y llenar solicitudes, y trabajar para pagar los requisitos y las solicitudes, pero cuando tienes la carta de aprobación, la visa y los pasajes sobre la mesa, lo único que queda es lo más difícil: las despedidas. No te preocupes, las personas que te quieren en sus vidas seguirán en contacto contigo como si nada hubiera pasado, y las demás pasarán de largo poco a poco.
Y así, después de muchos años, de muchos intentos y de muchas lágrimas, te encontrarás despegando en un avión gigante que te llevará en más de diez horas a tu destino: un aeropuerto conectado por trenes que parece más un parqueadero de aviones gigantes, el cual se encuentra en la otra mitad del mundo.
Segunda parte: La experiencia
En un principio todo será felicidad. Estarás conociendo lugares, reglas y culturas que jamás habías visto y que te abren la visión del mundo. Si no has encontrado vivienda tendrás varios obstáculos, pero la energía está intacta y podrás superarlos sin inconvenientes. Verás todo relativamente sencillo, ya sea porque en realidad lo es o porque no lo entiendes muy bien. Tratarás de esforzarte por adaptarte, por hacer amigos, por hacer una nueva vida de la misma manera que la hacías en tu país natal. Pero probablemente el tiempo pasará y verás que habrás cometido errores, que algunas cosas serán más complicadas de lo que crees, y que la gente no responde a tus intentos de socializar como querrías y hasta podrían terminar lastimándote. Después de un tiempo tu cuerpo comenzará a extrañar la familia, la comida y hasta la luz del sol. Y no importa cuán resistente sea tu mente, el sentimiento de soledad se apoderará de ti y comenzarás a preguntarte si te equivocaste, si de verdad la gente te quiere allí, si tú tendrás lo que se necesita para cumplir con las obligaciones, si todo el esfuerzo valió la pena. No te preocupes, todo hace parte de la adaptación: comienza con un periodo de choque cultural, en el que nada tiene sentido para ti y te sentirás que nadie te entiende, pero en medio de la tristeza tu cerebro aún está haciendo un esfuerzo para reprogramarse a las nuevas amistades, a la nueva comida y a las nuevas costumbres. La tristeza se convertirá en serenidad y la serenidad se convertirá en adaptación.
Mi periodo de adaptación se llevó a la par con el de otros estudiantes extranjeros, quienes desde sus respectivas culturas trataban de asimilar el choque cultural y la descompensación académica como pudieran. En un principio no nos agradábamos mucho, pues aún nos juzgábamos desde nuestros propios lentes, pero la convivencia nos llevó a entendernos e incluso a desarrollar empatía con las culturas de cada uno, lo cual al final nos convirtió en grandes amigos. Hablo con ellos diariamente, incluso más que con los amigos que tengo en mi país, y varios han venido a él a visitarme. Quieren ver aquel país en donde hace calor todo el año y los árboles son siempre verdes, en donde hay frutas de toda clase y a toda hora y en donde la gente ríe sin importar la adversidad. Porque no importa qué tanto quieras o no quieras a tu país mientras vivas en él, cuando te vayas, lo extrañarás, y sabrás que para bien o para mal es parte de lo que eres y que aún si no piensas regresar, no podrás quitarlo de tu mente y de tu corazón. Y por ello te aconsejo: sé buen embajador de tu país, de palabra y de acción, pues la gente que conozcas te preguntará al saludarte sobre Shakira y Pablo Escobar e incluso en desafortunadas ocasiones te pedirá droga o sexo, pero la impresión que tengas al despedirte dependerá de qué hables y cómo te comportes.
Mi “colombianidad” fue algo que descubrí estando lejos. Antes de viajar era de aquellos que vociferan desde un pedestal moral qué es lo que está mal en el país, resaltando su atraso y sus problemas. Era apática al baile, a la cocina y a la música colombiana, pensando que eventualmente tendría la facilidad de pertenecer a otra cultura. Sin embargo estando lejos, todo de ti te recuerda que eres colombiano a cada instante: tu acento, tus hábitos e incluso tu lenguaje corporal. El contraste de lo que eres y lo que son los demás te causará mucha nostalgia, pero en algún punto te cansarás y aprenderás maneras de lidiar con ella. Un día me dio un resfriado fatal en el que sólo quería una sopa de verduras. Salí a la nieve, traté de encontrar los ingredientes que estuvieran disponibles, llamé a mi mamá y le pedí que por favor me dijera cómo hacerla. Resolví después usar el mismo método para aprender a hacer fríjoles, empanadas, arepas, e incluso junto a otros compatriotas ajiaco y sancocho. Al final de mi estadía no sólo pude hacer un banquete de bandeja paisa y patacones para compartir con mis amigos de cumpleaños, sino que me ofrecí de voluntaria en un evento cultural para bailar “la pollera colorá”. Los amigos que me vieron años atrás de camiseta negra sacudiendo la cabeza en conciertos de rock no pudieron creerlo hasta que vieron las fotos. Hoy en día puedo decir que quiero más a mi país, no por la comida, ni por el clima, ni por la gente, aunque todo eso ayuda. Quiero a mi país porque es parte de lo que soy, y pese a todos sus problemas, lo querré estando cerca o lejos de él.
Pero es cierto que el país tiene problemas, y uno los ve más claramente cuando se encuentra en otro lugar en el que vivir bien y tranquilo sí es posible: existen fallas abismales en infraestructura, oportunidades y calidad de vida: la corrupción y la pobreza, la falta de legalidad de las instituciones y la cruda violencia que se ve en las zonas rurales y urbanas, por mencionar los generales. Y la posibilidad de comparar no sólo con el país en el que vives sino con los países que conoces a través de los relatos de tus amigos te va a permitir conocer mejor la realidad de tus orígenes y finalmente ponderarlo en tu decisión de regresar o quedarte en el extranjero.
Sin embargo, lo más difícil de la experiencia es la nostalgia de estar con tu familia. A diferencia de los latinoamericanos, muchas culturas no tienen vidas familiares muy activas. Todos te preguntan por qué llamas a tu mamá tan seguido o que si tienes algún problema, y te dirán que ellos en realidad se sentirían ofuscados de tener que lidiar con su familia de esa manera. Pero poco a poco lo entenderán e incluso conocerán a tu familia en el día a día. Sin embargo, así como tu familia debe entender que tú estás llevando una vida muy diferente en otro lugar, también tú te darás cuenta que el tiempo pasa para ellos. Derramé las lágrimas más amargas cuando perdí a mis abuelos estando lejos. También sufrí cuando perdí uno de mis dos perros. Mis padres pasaron por enfermedades, mis hermanos por problemas severos, y también hubo momentos familiares hermosos que me perdí en la distancia. Pero eso hace parte de la experiencia, e incluso a través de ti puede que tu familia también tenga una oportunidad de conocer el mundo. Siempre que podía viajar procuraba comprar recuerdos, tomar muchas fotos y tratar de recordar todo con lujo de detalles para compartir con mi familia todo lo aprendido. Ellos atesoraron todo muy bien y creo que mejor que yo, de hecho hoy aún recuerdan hechos que yo ya he olvidado.
En cuanto a lo profesional, vas a tener periodos en los que la gente te hará creer que no eres capaz, en los que te sentirás confundido y en los que crees que por pocos méritos estás a puertas de que te echen a patadas. Pero el juicio y la perseverancia todo lo logra, y tras terminar la experiencia te darás cuenta de lo mucho que has aprendido y de lo relativamente bien que te fue, incluso en comparación a quienes decían que no podías hacerlo. Debido a mi falta de conocimiento del sistema de calificaciones y mi típico despiste, mis primeros exámenes fueron un desastre colosal. Oía a grupos de alemanes presumir de su alto rendimiento en las reuniones y pensé que estaba en el lugar equivocado. Dos años me tomó no sólo saber que los alemanes presumen así les vaya bien o les vaya mal, sino adaptarme a un sistema de aprendizaje totalmente distinto, volverme autónoma, tomar decisiones sensatas respecto a hasta dónde podía llegar, mejorar mi disciplina y mi calidad en el trabajo. Lloré bastante, pero lloré en silencio, porque nadie se aguanta las lágrimas de una latina sensible todo el tiempo, y porque sabía que las lágrimas en todo caso me conducirían a calmarme y seguir intentando. Y me di cuenta mucho después de regresar a casa que de hecho fui una de las pocas estudiantes que terminó el programa a tiempo con una de las mejores tesis de grado, la cual aunque me tuvo al borde del colapso nervioso (literalmente) por unos cuantos meses, me dejó con grandes aprendizajes y abrió muchas e interesantes puertas.
Y sin embargo, pese a tus sacrificios y fortalezas te nutrirás de personas más fuertes y con más retos que tú, y aprenderás que tus decisiones y las de los demás son un resultado de experiencias y perspectivas distintas. En algún momento tendrás que tomar la decisión de regresar o quedarte: no importa lo que decidas mientras tu corazón esté contento. Préstale atención al consejo ajeno aunque no lo vuelvas determinante de tu decisión. Aquí o allá, todo valdrá la pena si te sientes feliz. Yo tomé la decisión de regresar y gracias a lo bueno y pese a lo malo, mi corazón está contento. Otros amigos decidieron quedarse allí y también están felices. Y otros amigos decidieron ya sea regresar o quedarse y sienten angustia y arrepentimiento: eso es lo único que debes evitar. Lo demás ya depende de que pongas en la balanza todas las variables que te parezcan importantes y que te guíen. Lo que viene después es son planes, más luchas, más vivir.
Independientemente de lo que decidas, tampoco después será fácil. En el caso de quedarse es conseguir un empleo y trámites burocráticos. En el caso de regresar también es conseguir un empleo y trámites burocráticos. En el extranjero seguirás siendo un extranjero, y en tu país también te sentirás un extranjero, porque al llegar sentirás que has invertido tanto tiempo y tanta energía en adaptarte a otro país, que en realidad tuviste que cambiar tu forma de ser para lograrlo. Cuestionarás todo, serás extraño para los ojos de los demás, no soportarás algunas cosas que antes te parecían normales y pasarás por una fase de “choque cultural reverso”, y no importa que al final vuelvas a la normalidad de tu ser folclórico y hogareño, en el fondo jamás volverás a ser el mismo.
Pero precisamente ese ha sido el objetivo de tu sueño, por el que tanto has planeado, trabajado e invertido. Muchas veces en el momento pensarás que probablemente estás gastando el valioso tiempo de tu vida en ello, pero al tener mejor perspectiva verás que ha valido la pena, que ves el mundo distinto, que sientes en tus manos la fortaleza de enfrentarte a retos más grandes y que has adquirido habilidades que nunca hubieras pensado. También tu visión se ampliará tras el contacto con otras culturas, juzgarás menos y lo más importante: te conocerás mejor y te reconciliarás con los aspectos de tu vida que no te han gustado, ya sea porque los has cambiado o porque adquiriste otra opinión sobre ello. Tal vez descubras una nueva vocación, otras prioridades en la vida, tomarás otros rumbos que antes ni habías contemplado. Tal vez para ti lo que antes era importante lo dejará de ser, e igualmente, comenzarán a ser importantes para ti cosas que antes considerabas pequeñeces. Y no importa cuántas veces lloraste, te quejaste o sentiste una profunda tristeza: cuando todo haya pasado recordarás esta experiencia como una de las mejores de tu vida, que te dejó tal vez pocos pero siempre muy buenos amigos, y que te mostró nuevos caminos más acordes a lo que eres y lo que te hace feliz.
¡Buena suerte!
Diana Carrero
Economista
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