Sometida por la anorexia
Ya han pasado 12 años desde que sucedió, un episodio de mi vida que ratifica que estoy aquí para mejores cosas. Y aunque tal vez soy la protagonista de esta historia, creo quien realmente mostró una gran fortaleza fue mi madre, ella es quien se lleva todos los créditos, sin su apoyo hoy no estaría escribiendo estas palabras.
No recuerdo los detalles con exactitud, creo que mi deseo de superación ha opacado cualquier mal recuerdo, puedo decir que todo comenzó con una depresión asociada a la mudanza de mi familia de Barrancabermeja a Bucaramanga, sí algo tan simple como un cambio de ciudad, que en el trasfondo traía consigo un problema familiar aún más grave en una época en la que aún se vivía la violencia de nuestro país. Estábamos iniciando el nuevo siglo y yo cumplía 15 años, entré a estudiar al siguiente año décimo y once en un colegio nuevo, me gradué en el 2002; durante esos dos años mi depresión todavía no era tan notoria, debido a que el colegio no me exigía un gran esfuerzo físico.
Mi apetito no era bueno, comía poco o no comía y casi nadie se daba cuenta de esta situación donde cada vez comencé a comer menos; escondía la comida o la botaba por el inodoro y juro que me arrepiento de mis acciones, pero no lo podía evitar, algo en mí estaba cambiando y cada vez se notaba más.
La crisis llegó a su punto máximo cuando en el 2003 entré a estudiar psicología en la UPB, donde mi debilidad hasta para caminar una cuadra se comenzó a notar; constantemente me desmayaba, vomitaba, no podía con todo el esfuerzo físico que estar en un ciclo profesional implicaba y más en una institución con estas condiciones, que involucraban un gran desafío para mi cuerpo.
Recuerdo que el bus nos dejaba a un lado de la autopista, para llegar había que subir un puente, el cual no era capaz de cruzar de una vez, tenía que sentarme y a veces no lo lograba, mis amigos me ayudaban e incluso me cargaban, fue tan vergonzoso y triste que no quería seguir así. La situación fue empeorando y mi mamá decidió cancelar el semestre, así que estuve por un tiempo en la casa, alimentándome poco, porque ya no era capaz de más, y asistiendo a miles de citas médicas con neurólogos, psiquiatras, neuro-oftalmólogos, entre otros especialistas que buscaban respuestas a lo que me estaba sucediendo... una de las terapias que realizaba para ir tomando de nuevo fuerzas, era dar una vuelta a la manzana todos los días, mi mamá me acompañaba, hacíamos esto diariamente hasta que un día mi madre me anima a que recorriéramos dos manzanas, le dije no puedo pero ella insistió, así que accedí... y ese fue tal vez el día que mi mamá sintió perder una hija, terminando el recorrido no pude más y me desmayé en una esquina, ella dice que mis ojos se blanquearon y comencé en una espacie de convulsiones, recuerdo que fue después de ese episodio que entré internada a la clínica San Pablo, donde estuvieron probando drogas conmigo para ver la reacción que tenía mi cuerpo, pues luego de tanto tiempo durmiendo tan poco esta era la única salida. Con esa medicina comencé a dormir mejor, pero ese era el otro extremo, duraba somnolienta todo el día y sin ganas de hacer nada.
Después de unos días me dieron de alta en la clínica y mi mamá me recogió, inmediatamente me llevó donde una señora; ella me comenta ahora que fue lo único que se le ocurrió luego de que los médicos le dijeran que ya no podían hacer nada más por mí, si no comía o ponía de mi parte simplemente moriría. Así que fuimos, ella, la señora, comenzó a orar conmigo e inmediatamente sentí como un calor recorría todo mi cuerpo y sentí ganas de desmayarme, no lo hice simplemente me quedé escuchando. A las horas fuimos a casa y mi mamá suspendió toda droga que me habían dado en la clínica, milagrosamente ese día dormí toda la tarde y hasta el otro día, yo dormí como no lo había hecho en tanto tiempo; mi madre, por el contrario, no pudo pegar el ojo en toda la noche.
Realmente no sé qué sucedió, después de tanto tiempo estando enferma era la primera vez que volvía a sentir ganas de seguir adelante; fue esa mañana que miré al espejo y me di cuenta de mis 35 kilos de peso, mi cabello enmarañado y mi aspecto medio muerto; entendí que ya había pasado mucho tiempo sufriendo de una anorexia y bulimia debido a la depresión en la que entré a comienzos del 2001 y recién me daba cuenta de todo el daño que me estaba haciendo.
Ahí recordé todas las noches sin dormir de mi madre, su paciencia a la hora de brindarme comida, su tenacidad para no dejarme derrumbar, entendí todas esas veces que escondió su dolor para hacerme sentir mejor. No sé si fue casualidad que haber ido a orar con esa mujer que ahora casi no recuerdo o si realmente eso fue lo que me ayudó a despertar, solo sé que había salido de la oscuridad… Pero ahí no acababa todo, la verdad los años de recuperación serían duros y dejarían secuelas irreversibles como un pequeño defecto que tengo en mis ojos, pero también supe que si no lo hacía, la mujer que había dado todo por mí se derrumbaría. Mi conexión con ella ahora es más fuerte, sé que tuve muchas personas a mi alrededor pero fue la fortaleza inquebrantable de mi madre la que me hizo superar este momento y ahora estar donde estoy.
…Esa mañana cogí mi secador de cabello y bajé las escaleras para arreglarlo, le dije a mi madre mira cómo tengo mi cabello, ella sonrió y no dijo nada. Ahora, mirando atrás supongo que mientras yo me peinaba ella lloraba de ver que su hija estaba volviendo.
Mónica Torres Orozco
Comunicadora Social
Énfasis en Periodismo
e-mail: [email protected]
Cel. 318 337 9840
No recuerdo los detalles con exactitud, creo que mi deseo de superación ha opacado cualquier mal recuerdo, puedo decir que todo comenzó con una depresión asociada a la mudanza de mi familia de Barrancabermeja a Bucaramanga, sí algo tan simple como un cambio de ciudad, que en el trasfondo traía consigo un problema familiar aún más grave en una época en la que aún se vivía la violencia de nuestro país. Estábamos iniciando el nuevo siglo y yo cumplía 15 años, entré a estudiar al siguiente año décimo y once en un colegio nuevo, me gradué en el 2002; durante esos dos años mi depresión todavía no era tan notoria, debido a que el colegio no me exigía un gran esfuerzo físico.
Mi apetito no era bueno, comía poco o no comía y casi nadie se daba cuenta de esta situación donde cada vez comencé a comer menos; escondía la comida o la botaba por el inodoro y juro que me arrepiento de mis acciones, pero no lo podía evitar, algo en mí estaba cambiando y cada vez se notaba más.
La crisis llegó a su punto máximo cuando en el 2003 entré a estudiar psicología en la UPB, donde mi debilidad hasta para caminar una cuadra se comenzó a notar; constantemente me desmayaba, vomitaba, no podía con todo el esfuerzo físico que estar en un ciclo profesional implicaba y más en una institución con estas condiciones, que involucraban un gran desafío para mi cuerpo.
Recuerdo que el bus nos dejaba a un lado de la autopista, para llegar había que subir un puente, el cual no era capaz de cruzar de una vez, tenía que sentarme y a veces no lo lograba, mis amigos me ayudaban e incluso me cargaban, fue tan vergonzoso y triste que no quería seguir así. La situación fue empeorando y mi mamá decidió cancelar el semestre, así que estuve por un tiempo en la casa, alimentándome poco, porque ya no era capaz de más, y asistiendo a miles de citas médicas con neurólogos, psiquiatras, neuro-oftalmólogos, entre otros especialistas que buscaban respuestas a lo que me estaba sucediendo... una de las terapias que realizaba para ir tomando de nuevo fuerzas, era dar una vuelta a la manzana todos los días, mi mamá me acompañaba, hacíamos esto diariamente hasta que un día mi madre me anima a que recorriéramos dos manzanas, le dije no puedo pero ella insistió, así que accedí... y ese fue tal vez el día que mi mamá sintió perder una hija, terminando el recorrido no pude más y me desmayé en una esquina, ella dice que mis ojos se blanquearon y comencé en una espacie de convulsiones, recuerdo que fue después de ese episodio que entré internada a la clínica San Pablo, donde estuvieron probando drogas conmigo para ver la reacción que tenía mi cuerpo, pues luego de tanto tiempo durmiendo tan poco esta era la única salida. Con esa medicina comencé a dormir mejor, pero ese era el otro extremo, duraba somnolienta todo el día y sin ganas de hacer nada.
Después de unos días me dieron de alta en la clínica y mi mamá me recogió, inmediatamente me llevó donde una señora; ella me comenta ahora que fue lo único que se le ocurrió luego de que los médicos le dijeran que ya no podían hacer nada más por mí, si no comía o ponía de mi parte simplemente moriría. Así que fuimos, ella, la señora, comenzó a orar conmigo e inmediatamente sentí como un calor recorría todo mi cuerpo y sentí ganas de desmayarme, no lo hice simplemente me quedé escuchando. A las horas fuimos a casa y mi mamá suspendió toda droga que me habían dado en la clínica, milagrosamente ese día dormí toda la tarde y hasta el otro día, yo dormí como no lo había hecho en tanto tiempo; mi madre, por el contrario, no pudo pegar el ojo en toda la noche.
Realmente no sé qué sucedió, después de tanto tiempo estando enferma era la primera vez que volvía a sentir ganas de seguir adelante; fue esa mañana que miré al espejo y me di cuenta de mis 35 kilos de peso, mi cabello enmarañado y mi aspecto medio muerto; entendí que ya había pasado mucho tiempo sufriendo de una anorexia y bulimia debido a la depresión en la que entré a comienzos del 2001 y recién me daba cuenta de todo el daño que me estaba haciendo.
Ahí recordé todas las noches sin dormir de mi madre, su paciencia a la hora de brindarme comida, su tenacidad para no dejarme derrumbar, entendí todas esas veces que escondió su dolor para hacerme sentir mejor. No sé si fue casualidad que haber ido a orar con esa mujer que ahora casi no recuerdo o si realmente eso fue lo que me ayudó a despertar, solo sé que había salido de la oscuridad… Pero ahí no acababa todo, la verdad los años de recuperación serían duros y dejarían secuelas irreversibles como un pequeño defecto que tengo en mis ojos, pero también supe que si no lo hacía, la mujer que había dado todo por mí se derrumbaría. Mi conexión con ella ahora es más fuerte, sé que tuve muchas personas a mi alrededor pero fue la fortaleza inquebrantable de mi madre la que me hizo superar este momento y ahora estar donde estoy.
…Esa mañana cogí mi secador de cabello y bajé las escaleras para arreglarlo, le dije a mi madre mira cómo tengo mi cabello, ella sonrió y no dijo nada. Ahora, mirando atrás supongo que mientras yo me peinaba ella lloraba de ver que su hija estaba volviendo.
Mónica Torres Orozco
Comunicadora Social
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